jueves, 4 de abril de 2013

ANDRES NEUMAN: VIAJERO Y ESCRITOR






Prefiero pensar que los lugares que no me gustaron es porque no supe mirarlos. El viajero ideal sería aquel que extraería conclusiones fascinantes de un lugar anodino y que descubría un misterio o una contradicción en sitios aparentemente desprovistos de interés. En ese sentido, la idea de “Cómo viajar sin ver” es tratar de rastrear la identidad de cada país latinoamericano en los mal llamado “no lugares”: aeropuertos, taxis, hoteles.


La identidad de los “no lugares” en Europa, por ejemplo, contemplamos los centros comerciales como un lugar de deshumanización y masificación. Pero cuando llegué a San Salvador me di cuenta de que allí son el único lugar donde sus padres sueltan la mano de sus hijos, por la peligrosidad de las calles. El centro comercial pasa entonces a ser un lugar de re-humanización.


Antes tenía prejuicios esnobs y creía que los viajes organizados eran una vulgarización del viaje pero me he dado cuenta de que es una idea romántica, porque cada época y cada modo de vida generan una idea de viajero. El viaje masivo, organizado y express es el síntoma de nuestro modo de vida. Hace 20 años nos reíamos de los japoneses porque en lugar de mirar, fotografiaban un sitio y se iba.


 
Los viajes no son sólo importantes por lo que ves y sientes, sino por lo que pasa al regresar. Vuelves a contemplar con total distancia y escepticismo tu propia rutina que parecía como obvia y necesaria. O sea que continúa después de haber regresado. Es lo mismo que la emigración. No es el desplazamiento de tu país natal a otro, sino lo que te ocurre una vez has aterrizado. En realidad el viaje tiene como un efecto alucinógeno, catártico. Es como si te tomaras una pastilla que te hace ver las cosas de otra forma, y el efecto se va retirando poco poco.

                                                                            
 


                                                             USHUAIA(Tierra de Fuego)


Como momentos inolvidables, recuerdo la sensación de fin del mundo que tuve en dos lugares opuestos y parecidos: Ushuaia, en Tierra de Fuego, y las Islas Skey, en Escocia. Cuando contemplas las puestas de sol de estos lugares piensas que es la última. Hay algo póstumo en sus paisajes que me resulta muy conmovedor. Me daba la sensación de que estaba asistiendo a la luz que iba a ver cuando estuviera muerto

Cargo.